En el reino de Salina Cruz, gobernaba un emperador llamado Daniel Méndez, conocido por su amor por la moda y su vanidad desmesurada. Un día, dos astutos tramposos, Joel Luis de Ixtepec, conocido por sus robos, y José Alfredo, exiliado de Zimatlan de Álvarez por dejar muchas cuentas pendientes, llegaron al palacio prometiendo confeccionar el traje más magnífico y exclusivo que jamás se hubiera visto, hecho de una tela mágica que solo los sabios podían apreciar.
Emocionado por la idea de lucir algo tan excepcional, el emperador les dio total libertad para comenzar su tarea.
Los estafadores, en realidad, no tejían nada, pero lograron engañar a Daniel Méndez con su astucia.
Temeroso de ser considerado crédulo, el emperador fingió admirar la supuesta tela invisible que le mostraban.
Llegó el día de la gran procesión y el emperador desfiló por las calles de Salina Cruz, mientras la multitud lo alababa por su “maravilloso” traje nuevo.
Nadie se atrevía a admitir que no podían verlo, hasta que un niño pequeño exclamó: “¡Pero si el emperador está desnudo!”
La verdad se esparció por todos los reinos vecinos rápidamente, y Daniel Méndez, avergonzado por su propia vanidad y engaño, nadie nunca volvió a saber de el.
A Joel Luis y José Alfredo se les vio embaucando a otros tontos.
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